Las mil y una noches
Mi padre se interpuso dos veces en mis lecturas. En una ocasión me arrebató un libro de las manos -no digo cuál es pero hablaré de él en una próxima entrada- y lo guardó, sin darse cuenta de que yo le había seguido y que había tomado nota del escondite. En otra, en la que me encontraba ante la librería buscando algo para leer, vino, cogió un tomo muy grueso lo sacó de allí y le dijo a mi madre que iba a regalárselo a un matrimonio amigo que no tenía hijos. Aquel libro era una versión de Las Mil y Una Noches un poco subida de tono, por lo que pude saber después. De todas formas, yo conocía el título y aquella acción me intrigó por completo así que ahorré lo suficiente y me lo compré en una edición del años 1960 de la editorial Labor. Descubrí varias cosas: que no eran 1001 cuentos, que muchos de los cuentos infantiles que me habían contado de niña estaban allí y que la atmósfera de magia y fascinación de lo árabe me atraía poderosamente. Tenía 13 años. Los relatos estaban salpicados de números del uno al mil. Así pues descubrí en qué puntos se detenía Sherezad para dormir e intentar de nuevo al día siguiente salvar su vida. Los relatos son unos setenta, eso contando con que el de Simbad ocupa un capítulo por viaje ( y hace siete). Uno de mis favoritos es el final de El ratón y la comadreja. En realidad es un doble cuento, comienza con una historia de engaño y termina cuando el Rey le pide a Sherezad que le cuente un cuento sobre lo hermosa que es la amistad, sobre cómo conservarla en los momentos difíciles y cómo evitar que se extinga. La princesa le cuenta entonces la historia del cuervo y del gato montés. Unos versos puestos en boca del cuervo resumen el espíritu de la narración: " El verdadero amigo es el que está a tu lado, que se perjudica a /si mismo con tal de ayudarte./Aquel que sacrifica su tranquilidad con tal de auxiliarte,/ cuando las vicisitudes del tiempo te afligen.
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